miércoles, 21 de julio de 2010

Las palabras tienen sexo II


10 de agosto de 2010

Las palabras tienen sexo II. Herramientas para un periodismo de género (Artemisa Comunicación Ediciones) se presentará el martes 10 de agosto en la escuela de periodismo Eter, Moreno 431, a las 19 hs., con la participación de periodistas destacadas por su compromiso con la labor periodística y su conciencia sobre la igualdad entre varones y mujeres.
Las palabras tienen sexo II es un libro de ensayo y análisis compuesto por doce capítulos, compilado por las periodistas Sonia Santoro y Sandra Chaher y escritos por académicas, como Monica Tarducci, Eleonor Faur y Claudia Laudano, entre otras, así como por periodistas especializadas en género como Gabriela Barcaglioni, Luciana Peker, Carolina Escudero, y las compiladoras.

Los capítulos abordan temas como historia del feminismo en Argentina, diferentes paradigmas de investigación de comunicación, las masculinidades en los medios, la salud sexual y reproductiva en el periodismo, sensibilización tecnológica, el lenguaje no sexista, la paridad en los medios, los femicidios en los medios de comunicación, cómo abordar la trata de personas desde el periodismo, publicidad y estrategias para incidir en los medios de comunicación.

“Podríamos decir que Las palabras tienen sexo II es el libro que teníamos ganas de leer como periodistas especializadas en temas de género, y esperamos que lo puedan disfrutar de la misma forma quienes ya están o apenas empiezan a recorrer este camino”, aseguran Chaher y Santoro, directoras de la organización Artemisa Comunicación y del portal Artemisa Noticias (http://www.artemisanoticias.com.ar)

Es asimismo la continuación de Las palabras tienen sexo. Introducción a un periodismo con perspectiva de género (Artemisa Comunicación Ediciones), que salió a la calle en julio de 2007 http://www.artemisanoticias.com.ar/images/Las-palabras-tienen-sexo.pdf.
como Artemisa Comunicación además celebra sus cinco años de existencia habrá un brindis al finalizar la presentación del libro.

EN LA PRESENTACION SE ENTREGARÁN EJEMPLARES DE LAS PALABRAS TIENEN SEXO II.
Equipo de Artemisa Comunicación
Alejandra Waigandt
difusion@artemisanoticias.com.ar

martes, 20 de julio de 2010

La memoria nos saca de la humillación

No es un libro, es una entrada diferente... ¿o igual?

La memoria nos saca de la humillación

Por Daniel Goldman *

Hay palabras –decía Cortázar– que como los caballos, a fuerza de ser usados, terminan cansándose, y fallecen en el agotamiento de la misma palabra.

Una de las funciones del intelectual es la de clarificar de manera crítica la palabra en su contexto políticosocial, denunciando de modo responsable cualquier hipocresía que legitime la injusticia y la represión.

Walter Benjamin, el ejemplo del intelectual, hizo honor a esa misión tan poco sumisa y tan altamente provocativa de querer, como decía él, pasarle el contrapelo a la historia para desafiar al pensamiento, a la actitud y a la acción que se acomoda y se adapta, lamentablemente, mucho más rápido de lo que imaginamos.

Entre su materia de escritura se encuentra una sección dedicada al concepto de la moda. Benjamin la denomina “Madame Moda”, dama mítica que acompaña a su camarada “Madame Morte”, ambas hermanadas en un diálogo que concluye con la aceptación de buena manera de estar juntas y arrastrarse al mismo destino. Dicho de otro modo, la moda es colega de la muerte y parodia del mismo cadáver. La moda cambia rápido, tan rápido que provoca la muerte. ¿Cómo se le encuentra una vuelta a la palabra, para que la palabra no sea moda y muerte, sino un objeto que enriquezca la vida y el entorno, de modo tal que retorne a ser significativa, y no agotada y no extinguida, y no perecida y no fenecida?

El 18 de julio de 1994 hizo que la palabra ciudadanía cambiara de rumbo para los que estamos aquí, para los que habitamos nuestra ciudad, esta ciudad, sus casas, sus calles y sus plazas.

Hasta esa fecha la palabra ciudadanía, el concepto de ciudadanía dominante, insistía en la idea de que “ser un ciudadano es algo que se otorga, ya que implica el explícito reconocimiento de un cuerpo de derechos civiles, políticos y sociales”. En este sentido, la concepción de ciudadanía era como una “simple moda” al decir de Benjamin, ya que si es algo que se otorga es pasiva. Y cuando la ciudadanía es pasiva se asocia a lo excluyente, a lo restrictivo, a lo sesgante, a lo discriminatorio.

Ahora, visto de otra manera, desde ese lugar de moda, muerte e incompletud, recuerdo a Max Kadushin, un profesor de Talmud, uno de los textos fundantes de la tradición judía, quien desarrolló una idea para analizar los procesos culturales al que él llamó de “concepto valor”. Kadushin, militante opositor a cualquier definición, dice algo así como que la idea de “concepto valor” se desarrolla a partir de que una enunciación puede tener cabida únicamente si se comprende su contrario, es decir su disvalor. Pero encontrar el disvalor no es una función simple, ya que debemos conceptuarla con una precisión tal que el disvalor funciona de manera disruptiva, que corta el ritmo, que no se da a partir de una lógica simple, de la lógica directa.

Ejemplo: lo opuesto a la paz no es la guerra. Lo opuesto a la paz es el exilio.

¿Y que significa exilio? Exilio significa estar en el lugar donde uno no debe estar para lo que fue creado.

Un padre que no puede mantener a su familia está en el exilio.

Un chico que vive en la calle y no tiene lo básico y lo mínimo está en el exilio.

Una mujer golpeada está en el exilio.

Y una víctima y un familiar de la víctima que no están amparados por el sistema de justicia están en el exilio.

La ciudadanía que simplemente se otorga, se arroja, es la ciudadanía pasiva que se despoja.

A partir del 18 de julio de 1994 una ciudadanía pasiva es una ciudadanía en el exilio.

En este mismo sentido, y adentrándonos un poco más, para pensar en ciudadanía deberíamos ver su disvalor. Si Ser ciudadano significa habitar la ciudad, es decir tenerla como hábito, poseerla como morada, como espacio concreto que me compromete en mi identidad, y que me permite tener una visión de ser y estar en esta ciudad, en esta sociedad, en este país, con acción y palabra, ese “ser ciudadano” se construye y se reconstruye en el territorio de la “memoria”. Por lo tanto, lo opuesto a la ciudadanía es el olvido, o sea la ausencia de memoria.

Desde el 18 de julio de 1994 lo opuesto a la ciudadanía es el olvido.

La célebre Rita Hayworth solía decir: “Qué afortunada que soy de poseer los dos atributos que marcan la felicidad: Una buena salud y una mala memoria”. Si esa es la fórmula de la felicidad, entonces no hay razón para que una parte de la ciudadanía, la que asume la ciudadanía de manera pasiva, no sea feliz. Obvio que la frivolidad no tiene pensamiento. Usa frases prefabricadas y silogismos falsos de ciudadanía barata. La falsedad es una enfermedad social. Y la enfermedad social siempre está vinculada con la amnesia, mientras que la ciudadanía es una actividad trazada por la línea de la memoria activa.

La literatura judía destaca que cuando en términos teológicos uno dice “yo creo”, en realidad está diciendo “yo recuerdo”.

Alegóricamente desde el 18 de julio de 1994 “Creer es recordar”.

Una interpretación exegética del texto bíblico del libro de Exodo, el libro que relata acerca de la esclavitud vivida por los antepasados en Egipto, se pregunta de manera profunda: qué es lo que produce el trabajo forzado, o sea ¿qué hace que el esclavo sea esclavo?

Primero. El esclavo no tiene nombre: nosotros recordamos en el texto bíblico los nombres de los abuelos de los esclavos, Abraham, Isaac y Jacob, pero ignoramos el nombre del esclavo; es decir, el esclavo no tiene identidad. Desde el lugar de la no identidad, cualquiera es reemplazable en la cadena de producción, porque la persona es un medio y no un fin en sí mismo. La ausencia de nombre es anonimato. Recordemos que los nazis en los campos de concentración borraban el nombre y colocaban un número tatuado en el brazo. La identidad se transformaba en cantidad, en objeto apilable.

El día 18 de julio nos recuerda que no son 85 víctimas, sino que cada víctima tiene un nombre.

Dice la poeta Zilda, “lejol ish iesh shem”, “cada persona tiene un nombre”. El nombre de una vida truncada, una saga que penetra en nuestra conciencia.

Segundo. El esclavo no tiene historia. Y perder la categoría de ser histórico es perder la vitalidad. La categoría ahistórica es antiintelectual, oscurantista y reaccionaria. Porque el hombre libre, el que habita la ciudad, como el primer hombre que ha probado del árbol del conocimiento ha sido arrojado a la historia, a su océano, al agua que es eco de sus propias preguntas.

El 18 de julio de 1994 nos enseñó que perder la historia es perder la mejor arma contra cualquier abuso autoritario.

Tercero. El esclavo, sumido en la ignorancia, considera que la categoría de la esclavitud es la libertad y, por lo tanto, carece de capacidad de resistencia. El esclavo no resiste ni se rebela. El esclavo es pasivo y está quebrado, está partido, está cortado al medio. Es a partir de ahí que ser ciudadano es esencialmente ser un individuo con identidad resistente y patrocinante de una memoria activa.

A partir del 18 de julio de 1994, ser ciudadano es ser verbo puesto en la memoria.

La dinámica ciudadana es una dinámica de la memoria creativa y es por lo tanto un valor organizado. Ser ciudadano es un acto saludable, es ser partícipe de la salud de la sociedad, y la memoria es la topografía de la ciudadanía. El silencio no es salud, como nos hacían creer. La memoria cuando se la activa es palabra que da fortaleza, vigor y creatividad.

Y vale la pena ahondar un poco más en este ejercicio de la memoria. ¿Por qué debo recordar?

Toda memoria se construye desde un presente hacia un futuro. Y la memoria es un deber militante que nos interpela. La memoria me interpela, me inquiere, me demanda, es una necesidad que me debe incomodar. La memoria me pregunta qué hago “ahora” con mi vida y con qué valores me comprometo, qué es lo que me resulta trascendente, qué es lo importante y qué debo dejar de lado.

La memoria frena la muerte y afirma la vida, y me compromete con la humanidad.

La memoria detiene cualquier abuso de poder, otorga espíritu de resistencia y dignifica.

Lo más importante: la memoria me saca de la humillación.

El 18 de julio de 1994 nos indica que lo opuesto a ciudadanía es la humillación.

Flaubert solía decir que veía humillaciones que se tornarían hábitos, veía defectos que se tornarían vicios, veía prejuicios que se tornarían crímenes. En 16 años hemos creado una generación de niños que se tornarían hombres sin saber lo que significa justicia ante los crímenes.

El cambio exige de una ciudadanía activa basada en la memoria activa.

El filósofo Avishai Margalit, en su libro Las sociedades decentes, dice que el objetivo del sometedor es eliminar todo rasgo de humanidad al sometido, porque el ser en el ser humano es ser consciente de uno mismo y del mundo en el que vivimos. La inclusión de la situación de la persona, de su condición social y del medio ambiente es de suma importancia para la dignidad del hombre. Los seres humanos son valiosos porque otros los valoran, y no en virtud de cualquier característica anterior que justifique tal valoración. Una sociedad puede ser humillante en el trato que dispensa a las personas que se encuentran en ellas y, al mismo tiempo, tener un claro concepto del respeto que debería otorgar a todas las personas como seres humanos. Cuando una sociedad no ve a una persona como un ser humano poseedor de una memoria, ésa es una sociedad que humilla. Esto significa tener actitudes como las de los explotadores, los que tratan a las personas como máquinas, las de los individuos que estigmatizan por tener ciertas enfermedades, por el color de la piel, por la raza, por las preferencias sexuales.

Una sociedad que humilla es una sociedad que no es decente. Existe la sociedad democrática y existe algo superador, que es la sociedad decente. Sociedad democrática es aquella en la que la gente puede llegar a tratarse entre ellos con dignidad. Sociedades decentes son aquellas en las que no solamente los individuos se tratan con dignidad, sino aquellas en las que las instituciones, como la Justicia, tratan con dignidad a la gente. Una sociedad que no logre este objetivo es una sociedad que desconoce la dignidad de las personas porque simple y sencillamente las humilla.

Para que las palabras no mueran en el abuso sepamos que desde el 18 de julio de 1994, una sociedad decente demuestra su salud ciudadana cuando posee una memoria activa; que por la memoria de esa lucha se debe arribar a la justicia, y que a través de esa memoria esta ciudadanía no debe disponer a cambiar su historia por ninguna forma de histeria.

* Discurso pronunciado por el rabino en el acto de Memoria Activa el 18 de julio de 2010.


Fuente:
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-149823-2010-07-20.html

martes, 13 de julio de 2010

El informe 14


El libro de hoy tiene mucho que ver con lo que nos pasa, con la memoria, la militancia, el compromiso, el dolor y por supuesto, la necesidad de Justicia. El 2 de agosto comienza, en sede del colegio de Abogados de la ciudad de Santa Rosa, el Juicio oral al denominado Comando Subzona 14.

El informe 14 es un impecable trabajo de investigación y recopilación de artículos periodísticos publicados en el diario local La Arena. Sus autores son Norberto Asquini y Juan Carlos Pumilla. El contenido es nada más y nada menos que “la represión ilegal en La Pampa, 1975-1983”.

Cuenta con 23 capítulos y un Anexo con fotos y datos concretos de los asesinados y desaparecidos pampeanos.

Un libro par leer, vibrar, luchar, comprometerse y al final… honrar con un chapeau de pie a sus autores.

El juez Federal Daniel Rafecas autor de uno de los prólogos, expresó: “Resulta muy atinado que el tratamiento del tema de la obra comience bastante antes del advenimiento del golpe militar del 24 de marzo de 1976, pues hoy en día parece ya indiscutible que el terrorismo de Estado, directa o indirectamente, comenzó a operar al menos desde 1974”.

Por su parte, Adolfo Pérez Esquivel, autor del segundo prólogo, dijo: “…Es necesario comprender la magnitud de lo sucedido en el país y en todo el continente. Para poder avanzar en el entendimiento de esto es necesario hacer memoria. Siempre señalo que la memoria no es para quedarse en el pasado. La memoria ilumina el presente, porque es en el presente donde podemos construir y propiciar las condiciones de vida” … “Los pueblos que no tienen memoria y están dominados por el miedo y el olvido, son pueblos llamados a perderse en sí mismos, y a negar sus experiencias y razón de existir.
Es bueno y alentador que ‘El informe 14’ salga a la luz a fin de abrir espacios de reflexión y saber qué pasó en la provincia de La Pampa. La investigación surge de la información periodística para comprender lo ocurrido y conocer la metodología utilizada para reprimir a los sectores sociales…”

Nota: se puede leer en Internet en: http://issuu.com/imaginatuvuelo/docs/libro_el_informe_14

sábado, 3 de julio de 2010

La mujer rota

¿Qué hacer cuando el mundo se ha descolorido?

La fina y radiante muñeca que decoraba el esquinero de nuestro teléfono perdió la cabeza hace varios meses. Mis torpes movimientos con el celular le ocasionaron un triste final en el tacho de la basura. Quizás triste para mí ya que –muy en el fondo- le guardaba cierto respeto a esa afrancesada dama de yeso. Pero por parte de mi madre, supongo que no. Y traigo, pues, a colación esta anécdota hogareña dada la segunda lectura que hice de La mujer rota, obra de una gran dama, no afrancesada sino muy francesa, llamada Simone de Beauvoir.
El episodio sencillo del varón rompiendo a una estática efigie femenina es más que suficiente para generar una fórmula con la cual expandirse por este relato tripartito de la señora Beauvoir. Comprometida pues temática y socialmente con la condición de la mujer desde los albores del siglo XX, nos hace entrar en la historia de tres personajes –acaso alguna narración más amplia y ostentosa que otra- que representan las distintas escenas de una tragedia universal.
Iniciado por el relato “La edad de la discreción”, el texto sabe ingresar en la mente del lector con pulcritud y sapiencia conceptual, en tanto desea estallar el cuestionamiento del progreso histórico de los géneros en la sociedad: “¿Mi reloj está parado? No. Pero las agujas no dan la sensación de girar”. Para este caso, la autora aborda el tema de la senectud. En un proceso de contiendas sociales y de compromiso político hacia los países tercermundistas asolados por la guerra fría, el personaje principal de “La edad de la discreción” se rebela ante la declinación del pensamiento ilustrado de la juventud que no halla un modo de sobrellevar el descontento global. “¿Qué hacer cuando el mundo se ha descolorido?” –se cuestiona esta vigorosa pero agotada mujer de avanzada edad-, “Matar el tiempo” –supone además con la revelación de que este mundo “decromatizado” es un símbolo tenaz de quiebre para los propios vínculos familiares.

Entre la ensamblada crítica que posee este relato hacia los intelectuales de la época de protestas en Francia, y que Beauvoir retoma en otra novela acaso más autobiográfica (Los mandarines), estos personajes distanciados adelantan un síntoma totalizador para los siguientes dos relatos por los cuales la mujer y su status de soledad habrá de conllevar al análisis sobre la ruptura… sobre la rotura en esta mujer de la nueva centuria.
Y es que entre el siguiente testimonio, que es bien definido por su título –“Monólogo”-, y el precedente a éste podría conectarse una frase austera pero brusca y demostrativa: “La tierra existe como una vasta hipótesis que ya NO verifico”. En este periodo de lectura la autora indagará desde la subjetividad que le otorga el grito gutural de una mujer completamente sola; en el caos de una ciudad bulliciosa y dinámica como la sociedad que se corrompe o evoluciona, el drama de esta mujer se explicita con un lenguaje abyecto y puntiagudo desde el despojo que ha sufrido de sus hijos por parte de su marido. Narrado frenéticamente (evitando la puntuación), el monólogo de Muriel –personaje bastante ambiguo y azaroso en su desesperación- recrea una atmósfera de evasiva depresión donde el lenguaje como única arma de desahogo sólo demuestra al receptor a una sombra borrosa más en este, ya descrito, mundo descolorido: “[…] una se vuelve apta para la jaula confiesa todo lo verdadero y lo falso que con eso no cuenten tengo una fuerte naturaleza no podrán conmigo […] ¿qué aspecto tiene una en las playas, en los casinos si no tiene un hombre al lado? […] yo estaba hecha para otro planeta, me equivoqué de destino.”
En medio del desgarro y la inconformidad del sino femenino y el mutismo masculino (“el teléfono no acerca confirma las distancias”), la respuesta del personaje se define así como esgrime su refugio final en una única traza: Dios.
Para el encuentro con una mayor gama de conclusiones e ideas, Beauvoir remata este conjunto arquitectónico verbal que es La mujer rota con un relato final, a modo de diario, y que otorga título al libro. En “La mujer rota”, Monique pone a flote las circunstancias que destinan a estas mujeres implicadas en la absorción de sus vidas por la constante pregunta: Y el mundo, ¿qué? Escrito con una sutil emoción cotidiana, este largo cuento es también elevado al nivel del testimonio pasajero sobre la concreción del rol impuesto. Monique describe, como una tiza pulcra y eficiente, el camino de una sociedad infante y duplicada que camina de a dos y que se ve a sí misma a lo lejos bifurcar y desbordarse. Hallamos como receptores de un surgimiento global un inicio virtuoso, una impresión de equilibrio, y un desequilibrio o separación finalmente. Así nos da la cara este personaje que opta por afrontar un comienzo pero no un final de dichas dimensiones: “Lunes, 13 de setiembre […] Va a caer la noche pero el atardecer está todavía templado. Es uno de esos instantes conmovedores en que la tierra está tan de acuerdo con los hombres que parece imposible que todos no sean felices”. Fiel al tema del matrimonio –o unión- como metáfora del progreso social, junto a los adversos climas que lo deterioran y producen la separación, Simone de Beauvoir se conduce a evaluar desde su óptica el devenir histórico y el oleaje que ha definido la situación del segundo sexo.
Monique, en respuesta a la infidelidad de su marido, mantiene firme confianza en sí y en la constancia de registrar todo este declive del mundo compartido que llevaba –en el que penetra una extraña- para sobrellevar ahora el caos que implica un mundo cambiante que definía un concepto de “unión”, para finalmente decidir qué arma manipular o qué paso tener que asumir con lamentación. Mientras intenta en una ocasión dar el mismo golpe al sistema de géneros que su marido dio, invitando a otro hombre a casa, sólo consigue confrontar una culpa inusitada y además, por una torpeza circunstancial de este, tener que ver con pena la muñeca que poseía con su marido tristemente rota por el suelo.

Veámoslo así: un retroceso cronológico… una civilización reveladora que fue el Egipto… una estatuilla con valor de época… una época que admitía una cierta dualidad… una mujer que aprecia esta efigie adquirida dualmente… una estatuilla con el “pie adelantado del progreso” herida ahora por una rotura temporal. Monique sufre, se automedica con drogas, musita a medias tintas, se replica a sí misma, se repliega ante las críticas de su hija menor; en el desorden de la existencia sólo encuentra momentos de juicio en los que valores impuestos la hacen detener sus pensamientos y quitarles fortaleza: “[…] ¿por qué levantar un brazo, por qué poner un pie delante de otro?”. La rabia contenida ante la injusticia y la separación de los seres queridos en una mujer senil o la misma Muriel descontrolada ante el hartazgo de la modernidad, pueden sumarse a este deterioro moral y afectivo que, en conjunción, nos dan un esquema de intensidad posiblemente leído así:

“Tengo miedo”. Y sucede que la señora Beauvoir concluye de tal modo su texto -con la frase más enérgica que se le ocurriría a cualquier individuo ante el rotundo desespero del oscurecimiento de una sala o el ingreso de un desconocido por arrebatar algo-, que la reflexión se reinserta a todo innegablemente. Es el miedo de confrontar la culpa, de reunir el aliento permisible y vociferar; concebir la energía negada o liberar a los ensombrecidos argumentos propios a los que la lógica y el poder rehuyen. “El mundo es un magma y no tengo ya contornos”, dice esta fémina europea agotada de su constante angustia. El provenir se halla detrás de una oscura puerta por donde se debe atravesar con temor. “No hay elección”, responde a sus personajes la autora misma, que se autodescribe y funge de espejo nítido para estos acaso también agotados y quebrantados lectores.

Gustavo Ochoa Morán